Formas de hacer paisaje

por Lorena Lozano & Ignacio Arévalo Sevil

Leading Photo: Fiumfoto, Patio Sur, Agosto 2012

Llega la fase seca y quebradiza del otoño que evidencia que las cosas están muriendo; uno de los dos momentos del año cuando el Sol se encuentra directamente sobre el ecuador y el día y la noche son casi iguales en todo el mundo. En la filosofía china, los tres meses de otoño constituyen la época de shou o concentración, de la vista hacia el oeste y preparatoria de la vida en la época invernal; según Rosario Acuña es el tiempo que “viene dando a las vides ambrosía, vertiendo frutos, regalando mieles” y también marca el fin del año celta. En este equinoccio, ecoLAB trabaja en los preparativos de la exposición anual, la cual ocupará el Almacén Sur de Laboral y en líneas generales será un espacio híbrido de presentación de los procesos de trabajo del año. Casi como una forma de conservación y preserva, no de los frutos del huerto, si no de los documentos y trazas que nos han ido dejando las actividades del año.

Y mientras comenzamos esas labores de concentración y conserva, mantenemos el sabor de una visita a las montañas de Somiedo (Asturias) en la que,  continuando con el proyecto “Low Tech Monitor Architecture”, sobre el estudio de las técnicas constructivas tradicionales para su aplicación en contextos actuales, participamos en un taller de “teitado”. En esa búsqueda de soluciones sostenibles que miran a la naturaleza como Modelo, Mentor y Medida[1], Toño, experto teitador y MaryTé encargada del Ecomuseo de Veigas, nos guiaron en la técnica ancestral del “teitado”, práctica de cubrición vegetal propia de las construcciones de las brañas somedanas, los teitos. Previamente al taller, el grupo de trabajo realizó “el rozado”, la corta y recogida de la escoba, materia prima básica para la construcción de las techumbres vegetales. Al taller asistieron treinta y cuatro personas y la mañana terminó con una comida en el lago del Alto la Farrapona coincidiendo con la romería de la trashumancia, una fiesta que ensalza los orígenes ganaderos del concejo y que se celebra en un marco incomparable: el lago de Saliencia. La trashumancia es un tipo de pastoreo en continuo movimiento, adaptándose en el espacio a zonas de productividad cambiante. Posee asentamientos estacionales y un núcleo principal fijo (pueblo) del que proviene la población que la práctica. Es un método extensivo de sistema agrario ya que se trabaja únicamente con ganado, sin parcelas, en grandes extensiones de terreno que van variando para no producir la desertificación por sobrepastoreo. El Alto la Farrapona eran los montes que cruzaban los pastores somedanos y leoneses con sus rebaños. En la casi totalidad de los pueblos de Somiedo, la mayoría de las escuelas o el arreglo de caminos, venían del dinero de los arriendos de las majadas, lugares donde se recogían por la noche el ganado y los pastores. Aunque en Asturias se dieron tres tipos de trashumancia -del valle, estacional y la de los vaqueiros de alzada-, hoy este fenómeno está en franca decadencia y apenas si resiste la del valle, vinculada a los ganaderos que mantienen sus reses en lo alto del puerto y suben a atenderlas pero regresando cada pocos días a su casa en el valle. La trashumancia estacional se produce a finales de la primavera, cuando el ganado y los pastores hacen el traslado a las brañas estivales y más distantes del pueblo. Para profundizar en la historia de las brañas es imprescindible conocer las rutas y las vías pecuarias, un sistema de caminos que reciben el nombre de cañadas en Castilla y León o Extremadura, cabañeras en Aragón y Navarra, azagadores en la Región de Murcia y en la Comunidad Valenciana, carrerades en Cataluña, etc. Entre ellas caminos destacados como el Camín Real de la Mesa que cruzaba desde el centro de Asturias hasta la Babia leonesa. Igual de importante la arquitectura asociada a estas prácticas, con la notable variedad tipológica constructiva existente en las brañas que ha inspirado el proyecto de diseño sostenible: cuevas o abrigos con cierres de piedra, corros, chozos, cabañas de cubierta vegetal o de madera y cabañas vaqueiras.

 

 

 

Fotos: Lorena Lozano/Cristina Ferrández

Todo un día de disfrute del arte de lo local, que se suma a otras formas de hacer paisaje en las que ecoLAB trabaja, como es la alimentación; un proyecto que surgió como una forma de optimizar los presupuestos, retribuir el trabajo voluntario y generar al mismo tiempo contenidos culturales. Un proyecto que evoluciona como un reclamo de nuevos y necesarios espacios para la alimentación y que cuestiona, al igual que con el ámbito de la arquitectura, las formas de transmisión de conocimientos y las consecuencias de los avances tecnológicos en la actual sociedad de la información y la comunicación. Se transforma y mercantiliza el paisaje lo mismo que la comida; ambos nos llegan mediados y descontextualizados de su origen orgánico e hiper-contextualizados, conformando nuevos hábitos alimenticios y nuevas formas de entender el entorno.

En este sentido, Ignacio A. Sevil [2] nos aporta unas reflexiones sobre la información de los productos alimenticios en una sociedad sobreinformada:

En el sector concreto de la alimentación, las etiquetas en los productos alimenticios, con toda la información que recientemente en ellas se les ofrece a los consumidores, se podrían considerar -desde un punto de vista evolutivo- como una de las consecuencias o natural adaptación de este campo concreto de la alimentación al hábitat de sobreinformación en el que hoy en día vivimos: “Hay demasiada información. Tanta, que no tenemos tiempo de procesarla.”[3]. Gracias a las etiquetas no sólo detallamos química y nutricionalmente la composición de un producto, sino que además lo transformamos lexicamente. Cambiamos su nomenclatura al descomponerlo en los diferentes componentes que lo constituyen, así como en sus proporciones, pero no su aspecto, forma ni sabor. Comemos lo mismo desglosado en detallada información nutricional y precisas cuantías numéricas. Con las etiquetas sabemos qué comemos, cuándo y cómo comerlo, el origen, principio y fin de aquello que ingerimos; gracias a las etiquetas, hoy en día no solamente devoramos un producto sino que engullimos todo su árbol genealógico al completo.

Hoy en día se asocia el concepto de información al de libertad, así nos lo hacen ver y creer múltiples campañas de publicidad, “Cada vez más, los informativos de radio, televisión y prensa están concebidos con la lógica económica, industrial y retórica del marketing.”(Ibíd.), es por ello, que si asociamos toda la información que en las etiquetas se ofrece al concepto de libertad, en el sentido de poder elegir qué es aquello que ingerimos, cuándo y por qué, podríamos, efectivamente, considerarnos seres más libres y mejor informados. Pero si al contrario, toda esta información detallada que en las etiquetas aparece nos dirige a un estado de sobreinformación que invade y condiciona tanto consciente como inconscientemente nuestros comportamientos y decisiones, entonces, debemos considerar que la información que en las etiquetas aparece podría limitar y coartar nuestros impulsos y sentidos, es decir, parte de nuestra esencia como seres humanos y de nuestra libertad:

  “¿no habremos llegado a una fase en la que el aumento de la información ya no produce aumento de libertad? Y otra cuestión todavía más preocupante: ¿no estaremos entrando en un mundo en el que el aumento de la información produce una disminución de la libertad, más confusión, más desinformación?”(ibíd.).

El interés en la alimentación hace que se considere como una concepción estética y una representación artística. Según esta línea, sabemos que la comida puede estar considerada dentro de las artes tanto “aplicadas” como “puras” (Douglas, 1985: 222)[4] habiendo diferentes teorías dentro de estas tendencias. Lo que sí es irrefutable, y de interés para nuestra exposición, es el hecho de que la comida se separa de su función nutritiva, pudiendo llegar incluso –en casos extremos- a jugar esta función biológica y nutritiva un papel subordinado y secundario:

“…non è difficile pensare ad esempi di cibo prodotti solo per esere messi in mostra, cosí che il cibo può essere separato dalla funzione nutritiva e associato con le arti decorative, la sistemazione dei fiori e la pittura. Questa linea d’indagine induce a pensare che vi sia un problema: in che misura l’adattamento del cibo alla funzione biologica sia deformato dalla sua strutturazione in una forma d’arte. (…) piú è sviluppata la funzione estetica, più la funzione biologica può essere subordinata e mal servita”  (ibid.)[5]          

 Es por ello que el acto de comer no puede ser concebido solamente desde un punto de vista físico (nutricional) sino también desde uno espiritual, es decir, como una fiesta de los sentidos.

No puedo asegurar si leyendo las etiquetas siempre se come y nos nutrimos mejor, más saludable y de forma más apropiada, ecológica y justa, probablemente mucha gente sí y en muchos casos así suceda, pero sí se observa que, a veces, tanta información ni nos sienta bien ni nos completa y, como hemos expuesto con anterioridad, puede que incluso no nos haga más libres. Es así, que llegamos hoy en día a la aparición de nuevos términos y disfunciones como “esquizofrénicos alimentarios” (Contreras, J.:2011). Es más, en algunos casos puede llegar a generar ansiedad y grandes dosis de incomodidad y sacrificios que posteriormente pueden desencadenar en estados de infelicidad, dado que comemos desde el conocimiento y la información (nos nutrimos) y no desde los sentidos: “la sociedad sufre una enfermedad patológica de la alimentación” (ibíd.)

Personalmente, a día de hoy, todavía no he encontrado una etiqueta donde se indique:

“se recomienda consumir preferiblemente con amigos, seres queridos y hasta con el enemigo: eleva el espíritu”.  

Quizás aquí podríamos retomar aquel debate que abrimos con el ciclo sobre Arte y paisaje, dos visiones de un mismo territorio, en el que Jaime Izquierdo, escritor e investigador del medio rural, y Manuel Carrero de Roa, arquitecto experto en urbanismo, nos contaban su visión sobre el paisaje en Asturias. De la analogía biológica del territorio campesino del primero, a la visión ordenada de un mestizaje urbano-rural del segundo hay un hilo conductor de pensamiento utópico. ecoLAB les plantea un debate, una reflexión sobre cómo puede contribuir el arte y la creación visual contemporánea a la construcción del paisaje y al desarrollo territorial. Y es que la re-construcción del paisaje, el que pisamos y el que comemos, necesita, precisamente, reinventar esa labor de mediación, creación de espacios-otros, situaciones-otras, recomposición de imaginarios, expresión de identidades y fiesta de los sentidos.

 

Foto: Lorena Lozano


[1] J. BENYUS http://www.asknature.org/    http://biomimicry.net/

[2] Ignacio A. Sevil: Investigador en Historia y Cultura de la Alimentación en la Universitat de Barcelona, paralelamente con Université Libre de Bruxelles, Universita di Bologna Alma Mater Studiorum y Université François Rabelais, Tours. Enfoque Socio-Antropológico sobre los cambios en los conocimientos y aprendizajes alimentarios, nostalgia e identidad en las líneas generacionales abuela-madre-hija.

[3] Ramonet, Ignacio. ‘Encuentros Sur y Medios de Comunicación’. ¿Más información más libertad?. (Medicus Mundi Navarra: El Sur,  1997)

[4]Douglas, Mary. Antropologia e simbolismo. Religione, cibo, e denaro nella vita sociale. (Bologna: Il Mulino 1985)

[5] Ibíd.