Reclamando las pantallas: arte digital y espacio público

Hace una semana, el museo de arte contemporáneo de Palma Es Baluard acogió una conferencia y una acción del grupo berlinés VR/Urban como actividad de clausura de su participación en el festival Art Futura. VR/Urban presentó su proyecto SMSlingshot, recientemente premiado con una Mención Honorífica en el festival de arte y cultura digital FILE de São Paulo, que consiste en una serie de dispositivos con forma de tirachinas, dotados de un teclado y una pantalla, lo que permite al usuario escribir un mensaje y luego lanzarlo contra una pared en forma de graffitti digital. Los artistas logran este efecto por medio de una proyección que cubre la pared. Dicha proyección está controlada por un ordenador conectado a una cámara y una antena de red Bluetooth. Tras escribir el mensaje, el usuario estira la goma del tirachinas y con ello activa un láser que marca un punto en la pared. La cámara reconoce este punto, de manera que al soltar la goma, el mensaje se envía al ordenador por la red inalámbrica y éste proyecta la animación que muestra una mancha de pintura con el texto antes escrito, en el mismo lugar hacia el que apuntaba el láser.

Con SMSlingshot, los artistas se proponen algo más que una forma de interacción lúdica en el entorno urbano. En su “Act on Hybrid Estates” (un manifiesto en favor de la recuperación del espacio público) indican que las fachadas de los edificios son espacios híbridos, puesto que pertenecen a un espacio privado (el edificio) y a la vez delimitan el espacio público. Desde las fachadas, empresas y gobiernos proyectan sobre los ciudadanos sus mensajes: primero a través de carteles y vallas publicitarias, pero cada vez más por medio de pantallas digitales que tienen la capacidad de seducirnos y reducirnos al estado de meros observadores. El público, señalan los artistas, permanece inmóvil, incapaz de responder y actuar, salvo por medio del consumo de los productos anunciados. Ante esta situación, proponen la creación de dispositivos (como SMSlingshot) que permitan a los ciudadanos reclamar los espacios de las fachadas y sitúar sus mensajes al mismo nivel que el de las pantallas digitales. Pero esta apropiación no se produce simplemente tecleando en un teléfono o bien colgando archivos en Internet desde casa, sino por medio de una acción expresiva y simbólica como es apuntar con un tirachinas contra la pared. Un gesto que asociamos a las guerrillas urbanas y los movimientos antisistema, pero que no resulta agresivo y recuerda en definitiva a ese famoso graffitti de Banksy en el que un manifestante encapuchado está a punto de lanzar, en lugar de un cóctel Molotov, un ramo de flores.

Las fachadas son espacios híbridos tanto por encontrarse entre lo público y lo privado como por aunar lo real y lo virtual en las pantallas digitales. La imagen que se genera en la superficie vertical del edificio es el elemento con el que trabajan tanto los anunciantes como los artistas que buscan crear un détournement en los canales de comunicación que se imponen en el espacio público. Por ello no es tan importante si esta imagen se crea interviniendo sobre un soporte físico (como hacen los activistas de contrapublicidad en vallas y carteles) o de forma efímera, por medio de proyecciones u otros medios. A continuación, expondré algunos métodos empleados por diversos artistas para reclamar esos espacios de comunicación que ocupan el paisaje urbano pero no pertenecen a los ciudadanos.

Proyecciones (con o sin permiso)

En los años ochenta, el artista Krzysztof Wodiczko se dió a conocer con sus proyecciones de imágenes en fachadas y monumentos de la ciudad de Nueva York. El artista se preguntaba: “cómo puede una práctica estética en el entorno urbano contribuir a crear un discurso crítico entre los habitantes y su entorno?” Una cuestión que responde con sus propio trabajo artístico y que encontrará eco en los proyectos de otros artistas. Entre las intervenciones que lleva a cabo Wodiczko con ayuda de proyectores de diapositivas cabe destacar la del Astor Building, en 1984. El edificio que acogía el New Museum de Nueva York en su planta baja iba a ser hogar de nuevos ricos, pero el proyecto falló y el inmueble quedó cerrado. Indignado al ver que los pisos estaban vacíos pero inaccesibles mientras los indigentes no tenían dónde cobijarse, el artista proyectó la imagen de un candado en la parte superior del edificio, y unas cadenas en la inferior, señalando la complicidad del museo en ese proceso de gentrificación. La imagen, pese a ser efímera, era poderosa.

Entre los artistas que emplean actualmente la técnica de la proyección cabe destacar al colectivo Democracia, quienes en Virtual Demolition Mobile (2001) proyectaban desde un coche la imagen de una explosión en las fachadas de edificios emblemáticos de diversas ciudades. Los artistas, que consideran la vía pública como un “espacio de conflicto continuo”, exploraban de esta manera el uso de este medio en una acción rápida, furtiva, que no contaba con ningún permiso y proponía una respuesta al predominio de las imágenes institucionales y publicitarias en las calles.

Rafael Lozano-Hemmer recurre a las proyecciones en diversos proyectos dentro de la serie Arquitectura Relacional, y de forma relevante en Body Movies (2001), una proyección interactiva en la que una fachada es ocupada por las imágenes de varias personas y tapada por unos potentes focos. Al pasar por delante de los focos, los transeúntes proyectan largas sombras sobre la fachada y descubren las imágenes que la luz impedía captar. Esto genera una respuesta intuitiva en la que el público puede interactuar con las imágenes que ven en la fachada. Lo interesante de esta obra, en definitiva, es el parcial fracaso del sistema propuesto por el artista, puesto que en lugar de acomodar su silueta a las imágenes ofrecidas por la pantalla, muchos espectadores prefieran simplemente jugar con su sombra. Esto nos lleva a pensar qué formas de participación se ofrecen al público y cómo éste querrá asumir un rol activo en un entorno en el que habitualmente es consumidor pasivo.

Un ejemplo muy diferente, y que puede relacionarse con la obra de VR/Urban, es L.A.S.E.R. Tag (2007) del colectivo Graffitti Research Lab. Por medio de un dispositivo móvil, los artistas de este grupo han desarrollado un sistema que permite dibujar graffittis en la fachada de un edificio, de nuevo sin pedir permiso, interviniendo en el espacio urbano con efímeros rayos de luz que se inspiran en el carácter territorial y transgresor de la práctica del graffitti. La tecnología permite trabajar en este caso en dimensiones mucho mayores, sin afectar físicamente a la fachada, y con resultados visuales mucho más efectivos.

Apropiación de las pantallas

En los años ochenta, Jenny Holzer se dió a conocer en Nueva York con la serie Truisms (iniciada en 1977), que lleva en otros lugares a una de las pantallas de LEDs de Times Square. La pantalla, instrumento de poder mediático, es sometida a un détournement al acoger temporalmente los mensajes de Holzer, quien se apropia de este espacio para su práctica artística. Lo mismo hará unos años más tarde el chileno Alfredo Jaar con su provocadora animación A Logo for America (1987), que años más tarde encuentra su equivalente en el vídeo Chile, antes de partir (1981) proyectado en una pantalla gigante de Santiago de Chile con motivo de una retrospectiva en 2006.

La apropiación de las pantallas se produce en estos casos con el permiso de los propietarios, contratando el espacio de emisión como un anuncio más, en ocasiones (como pude comprobar en Santiago) incumpliendo el contrato y ante la indiferencia del público. Una manera más interesante de apropiarse de los espacios publicitarios es la que propone Julian Oliver en The Artvertiser (2008), desarrollado con Damian Stewart, Clara Boj y Diego Díaz. Oliver describe los espacios públicos como lugares “sólo de lectura”, por tanto sin posibilidad de ser intervenidos. Si bien sería casi imposible modificar físicamente todos los carteles anunciadores de las ciudades, la tecnología de Realidad Aumentada permite apropiarse de ellos de forma virtual. El proyecto de Oliver se basa en un visor que reconoce los espacios ocupados por anuncios y permite proyectar sobre ellos, en tiempo real, una imagen propia. La transformación sólo puede percibirse al observar el entorno con este dispositivo, pero el efecto sin duda es efectivo. Los artistas están trabajando para llevar esta tecnología a dispositivos más habituales, tales como móviles con cámara o portátiles, de manera que resulte más sencillo para cualquiera intervenir virtualmente en una valla publicitaria y reclamar ese espacio para su propia voz.

Crear nuevas pantallas

Una última opción en la recuperación del espacio público para fines creativos es la creación de nuevas pantallas, hacer de las fachadas soportes expresivos temporales o permanentes y abiertos a  la intervención artística.

En 2001, el Chaos Computer Club de Berlín inició el proyecto Blinkenlights, una instalación de luz que se mostró por vez primera en los ocho pisos superiores de la Haus des Lehrers. Se colocaron 144 focos detrás de las ventanas del edificio, dispuestos de tal manera que formaban una pantalla monocroma de 8 x 18 píxels. Cada foco estaba controlado por un ordenador que lo encendía o apagaba en función de la imagen que se quisiera crear. Con esta compleja instalación crearon una serie de animaciones que combinaban la sencillez de los iconos pixelados con la espectacularidad de la fachada, convertida en pantalla.

Un problema que plantean las fachadas digitales es su consumo de electricidad y el hecho de que prácticamente sólo puedan verse de noche. Los artistas Christa Sommerer y Laurent Mignonneau proponen ante esta situación una idea que puede resultar revolucionaria: una pantalla compuesta por diminutas placas solares que actúan como píxels. Solar Display (2008) es una estructura flexible que se fija a la fachada del edificio y permite que las placas solares giren, creando gradaciones de luz y sombra que a una cierta distancia se perciben como tonos más claros o más oscuros, formando una imagen monocromática. La ventaja de este proyecto es que en lugar de gastar energía, la genera, y además puede ser empleado durante el día. No obstante, este sistema no asegura de entrada una interacción con el público, sino que puede emplearse de la misma manera que otras pantallas digitales.

Tal vez por ello una manera de asegurar que los artistas puedan intervenir en las pantallas digitales urbanas es instalar una en un centro de recursos e investigación. Eso ha hecho Medialab Prado en Madrid, que recientemente ha incorporado a la cara norte del edificio de la Serrería una pantalla digital de 14,5 metros de ancho por 9,4 metros de alto. La fachada está ubicada en la Plaza de las Letras, un espacio amplio en el que el público puede interactuar con la pantalla gracias a un sistema de cámaras CCTV color que recoge imágenes de la plaza en tiempo real. Con este equipo, los artistas pueden trabajar en proyectos que exploren las posibilidades creativas de este nuevo medio, cada vez más presente en las ciudades. Como indican los miembros de VR Urban, es necesario ofrecer al público las herramientas para responder a los mensajes de las pantallas a su mismo nivel. La formación es el primer paso.